MANUEL RIVA / LA GACETA

El día estaba soleado. El 22 de octubre de 1931 se precipitó a tierra desde una altura de 100 metros el avión Castañares, que le pertenecía al ingeniero Eduardo Regunaga, quien murió luego de una corta agonía. Junto con el piloto iban dos acompañantes, los estudiantes santafesinos Pedro Perroni (murió también poco después del desastre) y Lorenzo Carol, quien resultó herido, pero salvó su vida.

El ingeniero, que era un reconocido piloto y había traído su avión desde Buenos Aires unos meses antes, se disponía a realizar una serie de evoluciones sobre la capital salteña, como era su costumbre. Realizó un primer vuelo junto a su hermano Carlos y a Hugo Cornejo tras el cual aterrizó sin problemas. Fue abordado por los estudiantes, que habían llegado la noche anterior, y le pidieron si los podía hacer volar.

“Accedió gustoso, como era su costumbre”, relataba LA GACETA. Lupo y Pierroni subieron al avión. La crónica sigue así: “el decollage fue espléndido, impecable y se remontó rápidamente hasta los 100 metros para dirigirse a la ciudad. A las 12.15 el Castañares evolucionaba sobre el campo La Pólvora, cercano al matadero municipal, cuando al avión según testigos del vuelo, entró en violento tirabuzón precipitándose a tierra, sin observarse el menor indicio de estabilización del rápido descenso”. Un par de días más tarde el diario informaba que el accidente se produjo porque uno de los pasajeros se movió de tal manera que afectó ciertos elementos de vuelo de la nave que produjeron su caída, sin que el piloto pudiera hacer mucho debido a la baja altitud del vuelo. Los salteños se mostraron consternados por el deceso de Regunaga, una persona querida allí y que estaba por mudarse a Buenos Aires. Sus restos fueron trasladados hasta la metrópoli en tren. Su paso por Tucumán fue un acontecimiento, ya que los más reconocidos pilotos y aviadores locales, junto a autoridades del Aero Club, se dieron cita en la estación ferroviaria para rendirle honras al colega desaparecido.

Regunaga era un buen amigo de los redactores de nuestro diario. El primer pasajero del avión, que el ingeniero trajo el norte en mayo de 1931, fue un periodista de este diario. La nave se llamaba aún “Puss Moth”. Había llegado a Tucumán en 1927 como ingeniero de la Dirección de Puentes y Caminos para pasar luego a la secretaría de Obras Públicas de la Municipalidad. En 1930 tomó sus primeras clases de vuelo en el aero club local bajo la supervisión del instructor Emilio López y logró su título de piloto de tercera. Fue presidente del Aero Club Tucumán.